merceroura

la rebelión de las palabras


3 comentarios

Perder el tren


train-station-1868256_640

No tengo ni idea de nada o de casi nada. A medida que pasan los días, los meses, los años, todo lo que creía saber parece más borroso. Es como si la línea que separa los opuestos se difuminara tanto que me siento incapaz de decir qué está bien y qué está mal. Sé lo que me gusta y lo que no, lo que me duele y lo que me hace feliz, sé lo que no quiero y lo que sí, pero al mismo tiempo, me siento incapaz de juzgar porque comprendo cada día más mis errores y los ajenos.

Con el tiempo me he dado cuenta de que muchas veces no hay un camino correcto y que las personas que a veces nos parecen más horribles son las que más heridas arrastran… Corrijo, tampoco es real, las que menos han podido superar esas heridas y más dolor almacenan. He conocido personas que han sufrido en sus vidas enormes tragedias y que son capaces de mirarte todavía con ese brillo en los ojos e ir por la vida respetando. Y he encontrado otras que han sido incapaces de superar algunas situaciones que no parecen de la misma envergadura… Corrijo de nuevo, no me lo parecen a mí, pero no sé con qué herramientas a nivel emocional cuenta esa persona para poder superar esas situaciones ni puedo valorarlo porque ni tengo suficiente información ni estoy en su piel. Juzgamos tanto todo el rato que se hace difícil separar la realidad de la interpretación.

Aunque no sé nada. No me atrevo a afirmar si esto es bueno y aquello no porque hace mucho tiempo que intento arrancarme las etiquetas que me pusieron y no quiero pegárselas a otros ni siquiera a las situaciones de la vida… Juzgar nos recorta las posibilidades. Es verdad, es un gran mecanismo de alerta que en muchas ocasiones puede salvarnos la vida, pero en el día a día, cuando algo sucede, ponerle enseguida una etiqueta, nos obliga a ver todo lo que acontece a partir de ese momento de una forma u otra… La percepción que tenemos de las cosas las determina en cierta forma. Vivimos en una realidad en la que el iracundo siempre será iracundo y el amable siempre será amable porque en nuestra mente no queda otra opción. Con ello, no eximo a nadie de su responsabilidad, por supuesto, las personas viven las consecuencias de sus actos y decisiones, pero la forma en que nosotros vivimos lo que otros hacen también determina nuestra experiencia. No podemos hacer nada para cambiar su comportamiento pero sí que podemos elegir estar a sus expensas o no y vivirlo de una forma u otra.

Cuando etiquetamos a otros con nuestros juicios también nos etiquetamos a nosotros respecto a ellos. La previsión que hacemos de nuestra realidad acaba determinándola. Y no me refiero a lo que va a suceder en ella, sino a cómo vamos a percibir lo que sucede.  Interpretamos nuestra vida en función de las creencias que tenemos almacenadas de forma inconsciente. Cuando estamos ante cualquier situación, sea la que sea, la juzgamos según esa programación que llevamos instalada y la etiquetamos y determinamos en base a ella. Todo eso genera en nosotros emociones varias que, si no sabemos reconocer y comprender, acaban generando el mismo comportamiento de siempre. Por ello es importante, aprender a reconocer qué sentimos y a descubrir qué creencias subyacen detrás de nuestros juicios e interpretaciones de la realidad.

Si somos capaces de gestionar y comprender qué nos mueve a reaccionar como reaccionamos, podremos empezar a usar esas emociones para aprender de nosotros y a observarlas en lugar de dejarnos llevar por ellas y precipitarnos o perdernos muchas cosas que suponen nuevas oportunidades. Eso nos lleva a dejar de reaccionar sin comprender y a tomar decisiones que suponen cambios importantes. Decidir con el corazón no es dejarse llevar por la vorágine de locura en un momento álgido, es escucharla, comprenderla, gestionarla y usarla para saber si te hace bien o no, qué dice de ti. Así podrás escoger tu camino desde la paz de haber descubierto las malas pasadas y trampantojos que te hace la mente que tienes programada para no salirte del mapa que te lleva a repetir situaciones y comportamientos… Una mapa que, poco a poco, puede dibujarse de nuevo con las pistas que nos da lo que sentimos y cómo reaccionamos.

Juzgar menos o ser conscientes de estar juzgando y por tanto interpretando la realidad nos permite una mirada más abierta y comprensiva. Borra un poco esa idea de que por un lado está lo bueno y por otro lo malo, sin que por ello tengamos que justificar nada que nos parezca atroz. Al mismo tiempo, nos abre la puerta a desmitificar errores y dejar de perseguir situaciones y forzarlas. Descubrimos que lo que parece negativo a veces es una gran oportunidad y que en todo caso si no sale como esperamos que salga o de una forma que nos convenza, sabremos encontrarle alguna lección valiosa. Llega un momento en el que no sabes si lo que pasa es para bien pero le encuentras un sentido. Ya, ya lo sé, hay cosas realmente terribles, pero muy a menudo está fuera de nuestro alcance evitarlas. A mi vida han llegado situaciones que pensaba que eran una condena y luego han resultado una bendición. Por supuesto, para ver el regalo que subyacía en ellas, he tenido que moverme, sobre todo por dentro, y cambiar mi percepción. Muchas veces no ha sido fácil, no he amansado todavía a mi fiera interior como para usar su fuerza sin hacerme daño, lo admito. Muchas personas al oír esto se ríen, no lo juzgo, comprendo que etiquetar la situación como negativa y lamentarse es fácil y yo lo he hecho en miles de ocasiones, pero es que eso no cambia absolutamente nada… Ni que sea por una cuestión de no vivir desde el estrés esa situación merece la pena trabajar en cambiar nuestra percepción de ella. 

No es fácil dejar de juzgar o ser consciente de que juzgas. De hecho, creo que siempre vamos a hacerlo y es mejor no obsesionarse con ello. Yo diría que lo único imprescindible es no culparse y dejar pasar los juicios sin que nos arañen o agobien. Si aprendemos a observar pensamientos, sin darles demasiada importancia, veremos que no nos afectan. Lo que realmente importa es estar abierto a que lo que siempre ha sido verde pueda ahora ser rojo, lo malo bueno, lo frío caliente… Y no hablo de ir por la vida como una iluso, hablo de recuperar los ojos de ese niño o niña que fuimos que cuando llegaba a la tienda de juguetes y estaba cerrada, se enfadaba dos minutos y enseguida se alegraba porque estaba justo al lado de un parque con columpios chulísimos… Y al cabo de diez minutos la tienda era historia y sabía que si hoy estaba cerrada otro día estaría abierta.

Y no es conformismo. Me hace mucha gracia (sí, lo juzgo, es verdad) cuando hablas de aceptar la situación y alguien te dice que eres conformista. Como si con su rabia y su enfado él fuera capaz de ir a despertar al dueño de la tienda para que la abra.  ¿No es mejor buscar una alternativa en otra tienda o aprovechar el momento y disfrutar del parque?

Nos pasamos la vida reprochándonos las oportunidades perdidas y nos angustiamos esperando trenes que no pasan y perdiendo otros que no vimos pasar… Si conseguimos soltar esa culpa y comprender qué hay detrás de nuestra forma de actuar, podemos gestionar mejor la situación y verla con más claridad. La culpa no es buena consejera y nos lleva a perder el próximo tren mientras nos lamentamos por no haber visto  pasar el anterior.

Lo que sentimos determina lo que hacemos y es maravilloso poder usarlo descifrar qué nos dice de esa programación que llevamos dentro y que nos obliga hasta ahora a interpretar la vida de cierta forma. Cambiar o flexibilizar nuestras creencias y redibujar el mapa que trazamos hace años en nosotros no va a cambiar el mundo ni tampoco como se comportan los demás, pero puede cambiar nuestra percepción y por tanto nuestras emociones y nuestro comportamiento y al final nuestra vida… Nos puede ayudar a darnos cuenta de lo que nos determinamos y etiquetamos sin darnos cuenta y tomar decisiones. Abrir la mente y meter en ella ideas nuevas, generar nuevas conexiones neuronales y transformar el ritmo de tu vida.

Una vez empiezas a trabajar en ello, todo gira, todo cambia. Te das cuenta de que no sabes nada. Juzgas menos y cuando juzgas, sueltas esa premisa enseguida. Y sabes que no sabes nada. Aceptas y te adentras en situaciones que antes eran impensables en tu vida que te llevan  a lugares que antes jamás hubieras pisado donde pasan cosas que nunca te sucedían. Y no hablo de acabar en un callejón oscuro a las tres de la madrugada sino de decir sí  a algo que jamás hubieras intentado antes y descubrir que es genial o que  por el contrario no te gusta nada… O encontrarte tomando un café con ese compañero al que nunca has prestado atención y que te cuenta una historia increíble que te das cuenta que necesitabas escuchar.

Cada día que pasa tengo menos certeza en lo que sé y más en mí misma y en lo que deseo y siento. Dejar de juzgar y de etiquetar te muestra un camino que cada vez más se basa en lo que llevas dentro y menos en lo que pasa ahí afuera. Cada día esperas menos del mundo y te sorprendes más de ti mismo. Te descubres a ti mismo y te apasionas con lo que haces porque no solo haces más de lo que amas sino que logras amar las pequeñas cosas que antes te molestaban. Aprendes a darle la vuelta a las situaciones para que vayan a tu favor y agradeces los pequeños contratiempos que te permiten recalcular tu ruta y encontrar momentos para ti…

Y te encuentras en el andén, esperando un tren que llega con mucho retraso, y ves que el mundo que te rodea se angustia y tú miras el cielo y lo ves hermoso y contestas mensajes pendientes y lees un libro o sencillamente respiras hondo y te notas vivir…

No, no vas a conseguir que los trenes sean puntuales gestionando tus emociones,  pero vas conseguir que no te moleste tanto, que no te rompa el día entero y seas capaz de darle la vuelta y aprovechar la situación. Y cuando pierdas un tren, éste en sentido metafórico, lo verás como una forma de aprender y no como un error insuperable. Hay muchas oportunidades que llegan a tu vida y son trenes que llevan a lugares que jamás habías pensado visitar y está en tu mano aprender a mirarlas de otra forma para poder aprovecharlas. No siempre podemos estar esperando en el andén y sobre todo hacerlo mirando en la misma dirección.

A veces incluso hay que ver y dejar pasar muchos trenes que te llevarían al mismo lugar de siempre donde nunca pasa nada que te cambie y te mueva por dentro. Para aprender a distinguirlos hace falta un momento de silencio y de paz.  Incluso en algunas ocasiones, pensamos que perder el tren es una tragedia cuando en realidad es la excusa perfecta para explorar otras posibilidades y destinos. 

Las oportunidades necesitan que les dejes la pista abierta para llegar y si estás desconectado de ti mismo, sufriendo o preocupado porque no llegan, no las ves pasar por tu lado… 

A veces, perder el tren te hace ganar un nueva vida…

Gracias por leerme y compartir. Si quieres saber más de este maravilloso trabajo de autoestima, te invito a leer mi libro

“Manual de autoestima para mujeres guerreras” un libro para que dejes de pelear por todo y puedas usar esa fuerza inmensa que tienes para crear tu propia vida y empieces a sentir que las cosas puede fluir.

Disponible aquí 

amazon llibre merce amazon

AMARSE ES UN REGALO PARA TI MISMO, UN FIN Y NO UN MEDIO, UN LUGAR EN EL QUE TE SIENTES COMPLETO Y A SALVO.

¿Quieres saber más de mí y de mi trabajo?

Acompaño a personas y organizaciones a a desarrollar su #InteligenciaEmocional con formación, conferencias y #coaching

Escritora y apasionada de las #palabras

Más información sobre mí y sobre mis servicios en www.merceroura.es


25 comentarios

¿Bailas?


pareja-campo

He llegado a creer que ya existes como yo te sueño. Que mis pensamientos han obrado la magia de crearte y darte vida… Y que me esperas tomando un café y pensando que tardo, imaginando cómo es mi risa y deseando tocar mis cabellos siempre alborotados.

He llegado a creer que de tanto soñarte has tomado forma y tienes cuerpo. Veo tus ojos y tu sonrisa, te intuyo y sé exactamente quién eres y cómo te sientes.

Cuando estás solo noto tus aullidos roncos y tu respiración angustiada. Buscas abrazo y acabas sucumbiendo a un rezo sordo, a una súplica tediosa que desemboca en un camino sin salida, sin destino, sin sentido.

Te veo dejar pasar los trenes que intuyes que no son tu tren, que no te llevan a ese lugar donde los abrazos no se piden, se gozan… Te veo dibujar esbozos en las servilletas de los bares, intentando trazar mi cara y manchando de café mis labios aún por definir.

Imagino que me besas sin saber que me besas y que me rondas sin saber dónde estoy.

He llegado a pensar que notas cómo te sueño y cuánto te busco. Que percibes el canto desesperado de la sirena que habita mis vísceras revueltas. Que hemos andado por la misma esquina sin encontrarnos, que nos ha alumbrado la misma farola en un tiempo remoto y descompasado.

He imaginado que cuando tú vas, yo vuelvo. Que hemos tocado el mismo puñado de arena y el mismo mar nos ha rondado los pies… Que tú miraste al sur esperando una respuesta y yo miraba al norte buscando una señal… Que nuestras miradas no se cruzaron por un segundo y nuestros caminos entrelazados pasaron demasiado tiempo en paralelo como para tropezar…

Te veo despertar sin ganas y soñarme sin saber quién soy. Y me gustaría quedarme a compartir el aire que respiras y la nube que cubre tus días… Te veo fundirte con el asfalto esperando ponerme nombre y dibujar mi rostro con tus manos cansadas. Te veo desearme sin que yo tenga cuerpo en tus pensamientos y caminar por mis esquinas sin poderme tocar.

He llegado a creer que aunque no me conoces, me notas. Que me intuyes porque mis pensamientos son tan poderosos que llegan a tus oídos y, aunque no puedes descifrarlos, te acarician el cuello y te besan la mandíbula cansada y los hombros caídos.

A veces, creo que es locura lo que pienso. Otras, estoy convencida de que, al final, mis deseos se convertirán en cuerpo y mis pensamientos le darán la vida.

A veces, te busco entre las multitudes. Lo hago por costumbre, aunque sé que no estás. Siempre lo sé, porque noto un vacío en las entrañas que nada llena y un frío en la espalda que nada apacigua. Sé que te gusta la calma de las tardes perdidas en los libros y que buscas baile algunas noches para poder dejar de pensar.

Sé que el pecho te arde y la furia te enciende porque te cansas de buscar algo que no entiendes. Y que ese algo soy yo… Sé que te falto aunque nunca me has tenido.

Sé que me añoras, aunque no conozcas ni mi abrazo ni mi beso.

Sé que piensas y que tus pensamientos a veces son dagas. Noto que te asusta imaginar porque acabas necesitando lo que imaginas y no puedes tocarlo. Percibo que abrazas de recuerdo y besas de memoria y noto tu dolor atravesar las paredes y llegar a mi mar.

Y me vuelve loca no poder devolverte el abrazo y el beso. No poder acabar contigo el dibujo sin rostro de la servilleta y no bailar contigo esta noche.

Necesito entrar en tu cabeza y llevarte de la mano a mi mundo de fuego y pisar la misma esquina, en el mismo momento y verte reír. Contar historias de amores antiguos y extraños para que sepas que amo desde hace siglos y acumulo mucha ganas de flotar.

He llegado a pensar que algún día leerás uno de mis versos locos y hambrientos, sabrás que existo y me vendrás a buscar. Que necesitarás a quién escribe esas palabras porque son tus palabras, aquellas que tenías en la lengua y casi no te atrevías a susurrar, las que llevabas prendidas en el pecho desde hace siglos y no te atrevías a soltar.

Y cuando cruces la puerta de mi refugio y veas mis ojos líquidos, me pedirás que me vaya contigo sin saber a dónde.

¿Bailas? Me preguntarás como si me conocieras desde siempre…

Bailo, yo siempre bailo…Diré con la voz rota y los ojos llenos de lágrimas por un amor que deja de ser imaginario y empieza a ser real.

 


37 comentarios

El poder de tus pensamientos


drop-of-water-1302535_1280

Pensamos mucho y mal

Pensamos demasiado. Y cuando alguien piensa demasiado las cosas, tiende a tergiversarlas en su cabeza cansada de ir y venir sobre el mismo dilema. Pensar es saludable, pero hacerlo en exceso es aturdidor y contraproducente. En nuestra cabeza todo se ramifica hasta un infinito de posibilidades que nos lleva de las ramas a las raíces para volver a empezar.

El primer lugar porque dar muchas vueltas a las cosas deforma la realidad. Empezamos a recordar una conversación y al rato ya no sabemos el tono ni la intensidad con la que esa persona nos hablaba. Y lo que es peor, los adaptamos a la versión que más nos convence para reafirmarnos en nuestras teorías, que son fruto de horas de pensamientos circulares.

Si lo que piensas no te hace mejor, no lo pienses más.

Razónalo, saca el fruto y lanza la cáscara a la basura y deja que el aprendizaje te permita evolucionar hacia otras ideas que pueden serte más útiles y provechosas para crecer. Hay pensamientos que son tóxicos, que se te meten en la cabeza como una de esas canciones machaconas del verano y no paras con ellos hasta que se desintegran o te desintegras tú.  A veces, somos expertos en fabricar pensamientos inútiles y altamente demoledores para nuestra autoestima.

Otras veces pensar es la mejor forma que encontramos para no hacer. La excusa perfecta para no decidir. Una máscara para no movernos un milímetro de nuestra posición inicial ni salir del círculo que nos hemos trazado y en el que nunca hace frío, ni pasa nada imprevisto. Los pensamientos que curan, que cambian las cosas, los que te hacen ponerte manos a la obra y conseguir lo que quieres, están fuera de ese círculo… En el fondo, todos lo sabemos, pero no nos atrevemos a probar para no descubrir que nos hemos pasado siglos eludiendo esa responsabilidad para con nosotros mismos. Que nos hemos limitado y acotado a través de nuestros pensamientos…

Pensar demasiado y mal nos pone rabiosos…

Pensar demasiado sin buscar nuevos enfoques genera rabia e ira reprimidas porque nos hace revivir las emociones negativas sin que puedan salir ni airearse. Las acumula en una especie de antesala donde vamos metiendo todos los reproches que nunca nos atrevemos a verbalizar. Es un lugar donde tenemos la basura que no sacamos. Donde guardamos muchos “no” que jamás dijimos y algunos gritos que nunca salieron de nuestra garganta porque no tuvimos el valor o nos sobró un sentido del ridículo que nunca nos beneficia. En ese lugar, también hay muchas lágrimas contenidas que no caen por nuestras mejillas, pero que presionan de tal forma que no nos dejan destensar la musculatura de la cara… Por eso, a veces, reímos sin ganas y ponemos esa cara perruna que casi hace pudrir las flores a nuestro paso y a los demás les hace tomar distancia.

Focalizarse en pensamientos constructivos : poner nuestra cabeza a trabajar para nosotros

No se trata de reprimir pensamientos si no de escoger nuestros pensamientos. Saber en qué ocupar nuestra mente para que produzca y trabaje para nosotros y no en nuestra contra. Pensar en exceso es contraproducente porque casi nunca pensamos las soluciones, nos regodeamos en el problema y lo repetimos una y otra vez. Y cada vez, nos sentimos igual. Es como si nos pusiéramos un episodio de la película de nuestra vida una y otra vez esperando que tenga otro final… Si queremos cambios, habrá que reescribir la escena o pensar en hacer otro capítulo.

Por ello, lo mejor, será focalizar nuestros pensamientos en aquello que aún puede cambiar. Imaginar opciones, abrir caminos que aún no hemos imaginado, partir de cero si es necesario para encontrar soluciones, replanteárselo todo de nuevo hasta que nos demos cuenta de que nada está vetado para nosotros. Si tenemos un reto, saber con qué contamos para conseguirlo y salir a encontrar lo que no está en nuestra lista de talentos.

No pensar una y otra vez en el dolor que sentimos cuando nos dejaron solos, perdimos un trabajo o rompimos una relación,  sino en la forma en que podemos paliar ese dolor. Y, sobre todo, cómo cambiar ese escenario para que sea mejor para nosotros.

No recordar todo lo que nos falta para llegar a ser quién deseamos sino de qué forma podemos prepararnos para serlo. Hacer un plan, planificar una estrategia, leer sobre el tema, consultar a los que saben, salir y notar lo que pasa a nuestro alrededor, relacionarnos… Y cuando llegue la noche y pensemos, entrenarnos para pensar en lo que importa, en lo que está en nuestras manos…

En el fondo, decidir sobre qué pensar es como hacer una fotografía. Podemos elegir qué fotografiamos, desde que ángulo, con qué perspectiva… Decidir si desenfocamos el fondo o si alteramos los colores para que sean más vivos.  Podemos estar en un museo repleto de grandes obras de arte y fotografiar una papelera. Podemos estar en un vertedero y enfocar unas flores rojas que salen en un rincón.

Y ser positivo y a la vez realista. Saber de dónde partes y valorar tus pequeños logros hasta llegar a tu meta.

Escoge las palabras que te dedicas a ti mismo

Eres tus palabras. No te hagas daño, no te golpees. Usa esas palabras hermosas que muchas veces seleccionas para no herir a otros y dedícatelas a ti. Eso no significa que te mientas, significa que busques la manera de decirte la verdad más cruda sin lastimarte, de una forma positiva. Que tus palabras sean los cimientos sobre los que construir algo nuevo. Encuentra un lema, algo que repetirte que te llene y que en un mal momento te sirva de tesoro, de ancla a la que sujetarse para no olvidar que eres grande y puedes serlo más. Una frase, una palabra que te lleve a una emoción positiva que te recuerde lo mucho que tienes y que vales, que modifique tu rostro y ponga en él una sonrisa. Que modifique tu postura y te permita ir erguido y sacar pecho. Un mantra que te haga recordar que eres un superhéroe y que tus posibilidades son ilimitadas. Como si se tratara de una poción mágica que te transforma… Porque quién puede transformarte eres sólo tú y tu capacidad de pensar lo que te hace crecer y te conviene.

No perder un tiempo que es finito

Pensar demasiado te arrastra a una especie de arenas movedizas de las que es complicado escapar… Y lo peor de todo, es que mientras pensamos demasiado y de mala manera, nos ocupamos y preocupamos. Malgastamos un tiempo precioso que podríamos usar en muchas otras actividades que nos darían sus frutos.

Mientras pensamos en que alguien nos insultó hace pocos días y nos trató mal, no planificamos un viaje emocionante.

Mientras nos acordamos de que esa persona nos dijo lo ineptos que cree que somos, nos sentimos ineptos y no nos ponemos a preparar el índice de ese libro que siempre tenemos pendiente escribir.

Mientras damos vueltas a un amor perdido, no pasamos por la calle donde pasa nuestro nuevo amor o tal vez, pasamos tan ensimismados que no le vemos.

Mientras imaginamos el ridículo que haremos presentando nuestra conferencia, no pensamos cómo podemos hacerlo muy bien ni buscamos ejemplos para bordar esa experiencia.

El otro día me recordaba alguien que nuestro tiempo es finito. Ahora no nos lo parece pero si echamos la vista atrás y recordamos… ¿cuántas horas hemos perdido de ese tiempo finito pensando mal? ¿cuántas horas dando vueltas a las palabras que alguien nos dijo y que nos hirieron en lo más hondo? Y ¿qué sacamos de ello? ¿a caso no pudimos reflexionar las dos primeras veces que lo recordamos? ¿nos hacía falta ahondar en lo que ya no tenía remedio y sentirnos como un trapo sucio cada vez?

Cada minuto que no dedicamos a vivir o a pensar bien para poder actuar y conseguir lo que deseamos es un minuto perdido.

Cada minuto que dedicamos a pensar en lo que aún nos duele o araña, en lo que ya no tiene solución, es un tiempo que se esfuma. ¿Nos merecemos eso?¿no estamos de alguna forma cometiendo una injusticia con nosotros mismos al dejarnos atrapados en una experiencia dolorosa?

Cada minuto que no notas que vives es un minuto que se escapa.

Mejor hacer callar un rato a nuestros pensamientos y actuar, sentir, vivir… Si piensas mal, tanto en cantidad como en calidad, seguro que no aciertas…

Hay una idea que siempre me ha dado vueltas en la cabeza (y en este caso en positivo)… Si podemos llegar a hacernos tanto daño con nuestros pensamientos, estoy segura de que también podemos hacernos mucho bien. El poder es nuestro…