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la rebelión de las palabras


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La vida pasa


El gran Mario Alonso Puig relataba en uno de sus geniales libros,  “Reinventarse”, una curiosa historia sobre monos. No es el único autor que la ha relatado y siempre que la leo me impacta mucho. Dice que en algunos lugares del continente asiático, para cazar monos usan un tipo de trampa curiosa. Se trata de una caja de madera atada a un árbol. Puig explica que la caja tiene un orificio por el que el mono puede meter la mano y sacarla siempre que esté estirada. Dentro de la caja, el cazador pone un alimento que el mono encuentra exquisito, pongamos una banana. Puig no la cita, pero yo me lo imagino así. Cuando el mono intenta sacar la mano con el puño cerrado, no puede. Parece tan obvio que el mono debería dejar la banana en la caja y huir para salvar la vida, pero no lo hace. En lugar de soltarla, se aferra a ella con fuerza. Está tan obsesionado con quedársela, que no se da cuenta de nada más. Los cazadores sólo tienen que esperar para llevarse al mono, que jamás suelta su precioso botín…

Todos tenemos bananas. Una o varias. He pensado mucho en ello, desde que leí este libro, y me he dado cuenta de que la vida es ir soltando bananas, superándolas y, lo más complicado, identificándolas. Las bananas que tenemos más fuertemente sujetas no se ven, son imperceptibles para nosotros. Una banana puede ser cualquier cosa. Una creencia arraigada que nunca nos cuestionamos y que no podemos identificar como algo erróneo porque nunca la ponemos en tela de jucio. Tal vez nos lo contó alguien a quién admiramos cuando éramos niños y se ha convertido en uno de nuestros dogmas. Puede ser una situación que se repite en el tiempo, una relación con una persona que acaba perjudicándonos. Una banana es, a veces, una obsesión, una fijación, una situación de dependencia de algo que no cambiamos porque nos asusta, porque no tenemos fuerzas, para no decepcionar a otros, porque no queremos renunciar… Yo creo que las grandes bananas, esas que nos aferran a situaciones que nos perjudican de verdad, son muy difíciles de reconocer. Porque nos hemos acostumbrado a ellas y estamos cómodos en esa situación de semilibertad que nos exigen, porque dejarlas nos supone un esfuerzo que, de momento, parece que no nos compensa . Porque soltarlas es admitir que hemos vivido en una fantasía, en un mundo irreal y acomodado y, sobre todo, darse cuenta de que tenemos miedo. Las bananas nos limitan y nos recortan las posibilidades y las oportunidades.

Algunas bananas son a la vez dulces y amargas. Duele soltarlas, porque no son negativas del todo. Porque tienen un lado bueno y menos rugoso, como las hojas… Porque nos hacen sentir bien o porque conllevan aumentar nuestro ego. Como si fueran una droga que nos relaja o estimula, aunque luego nos deje vacíos, nos deje destrozados porque esa sensación no dura… Unos instantes de placer, de euforia, y luego, muchos días de dolor. Al final, nos mantienen esclavos a una rutina y, a veces, a poner en cuestión nuestros valores y principios por ser incapaces de ceder. 

Las bananas se disfrazan de necesidad, de seguridad, de culpa, de carga pesada a sobrellevar, de comodidad, de trabajo de prestigio que te hace ganar mucho dinero, de tristeza, de amistad intensa, de amor complicado… Hay amores que son bananas y que nos degradan. Los aceptamos porque a veces nos hacen sentir maravillosos, porque salir corriendo supone acabar con nuestras propias fantasías, por temor a quedarnos solos, porque son algo a lo que aferrarnos que no es lo que queremos pero se parece mucho a nuestro sueño… Son bananas ocultas tras un deseo de amor. No nos engañemos, somos nosotros quién las reviste con esa apariencia de amor para justificar continuar asidos a ellas, cuando en realidad, lo que nos dan es un sucedáneo. El verdadero amor es libertad.

Algunas bananas huelen bien, visten bien, tienen una cara hermosa y unas maneras exquisitas… Son bananas calcaldas a nuestros anhelos, pero cogerlas supone renunciar a nosotros mismos y dejar de ser todo aquello que nos define.

Las bananas siempre exigen mucho, la mayoría de veces a cambio de algo que no compensa, algo que no llena o no es lo que nosotros queremos o buscamos. Te obligan a soportar situaciones que no te hacen sentir bien y en las que no puedes ser tú mismo.

Lo más difícil siempre es detectarlas, tener el valor de darnos cuenta de que existen y de que vivimos sometidos a ellas. La decisión es nuestra, podemos hacerlo hoy o postergarlo por los siglos de los siglos. Nosotros decidimos lo que queremos, nosotros construimos nuestra vida y somos quién debe soltarlas y superar nuestros límites. Algunas bananas pesan mucho y cuando las sueltas, parece que durante un tiempo, aún las llevas sujetas a ti e incluso las echas de menos… Otras, sólo con soltarlas, puedes sentir una gran sensación de paz. Conviene aflojar el puño, y sacar la mano de la caja. Y conviene hacerlo cuanto antes porque las horas pasan, la vida pasa …


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Nunca es tarde…


ESPIRAL

Tenías razón. Nunca es tarde si tienes tantas ganas que te salen chispas de las manos al tocar y acercarte a lo que deseas. Si sólo con pensar que lo consigues notas que vuelas, que despegas y sabes que jamás volverás a pisar tierra más que para impulsarte.

No es tarde si te quedan fuerzas y no puedes rendirte, si sabes que al decir no, te niegas a ti mismo y no podrás volver a mirarte a los ojos sin recordar que te fuiste infiel.

No es tarde si vibras al pensarlo. Si el hambre de lo que buscas es más fuerte que el temor a intentarlo. Si eres capaz de contener una tormenta en el pecho y no hay camino largo ni estrecho, ni oscuro, ni solitario que no devores con tus pies.

Nunca es tarde si sentir tanto te quema por dentro, te roe hasta no soportar y no puedes más que salir a buscar lo que amas, sin esperar… Porque quedarte quieto te mata, te aniquila, te hace sentir que se te escapan las horas por los dedos y las noches se hacen siglos de desesperación.

No es tarde si no estás satisfecho. Si no estás de acuerdo con tu sombra y al imaginarte a ti mismo, giras la cara de la conciencia.

No es tarde si crees que andas hacia atrás y te repites, si notas que tu vida es un bucle y paseas siempre en una parcela de tiempo acotada, conocida, sin risa, sin sal, sin sueño. No es tarde si gritarías para que tu propia conciencia te oiga y te saque de ti…Y al ver que no te saca sabes que podrías reventar…

Nunca es tarde si tienes claro que no hay marcha atrás. Que no seguir es morir, ceder a la rutina, quedarse quieto y esperar un destino que sabes que no te pertenece. Si puedes recordar, a pesar de tus miedos y ascos, que tú naciste para caminar, para no detenerte hasta tener claro que hiciste todo lo imposible por tocar lo que buscas. Por ser quien se esconde en ti esperando brillar. No es tarde, aunque el tiempo se apure y las últimas gotas de vida caigan al vacío…

No lo es si buceas en ti y descubres que te lo debes. Si adviertes que resignarse es ahogar esa parte de ti que siempre busca campo y viento y es capaz de reír aunque un sabor amargo te inunde el paladar. 

Nunca es tarde si te queda un lugar por pisar y la sola idea de no conseguirlo te hastía y revuelve. No lo es si decides que no lo sea…

Nunca es tarde si el futuro no se explica sin tu sueño. Si pensar en olvidarlo es dejar de existir.

Nunca es tarde si existes, si respiras… Si te queda aliento para saber lo que quieres y sabiduría para escuchar tu voz interior y dejarte guiar por ella. No es tarde si decides ser tú y no renunciar…

 

Gracias por leerme… Escribo sobre lo que siento o he sentido y el camino que he hecho hasta llegar aquí (aunque todavía estoy a medio camino de algún lugar). En este camino he aprendido poco a poco a aceptarme y amarme (aún me falta mucho, soy consciente).

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