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la rebelión de las palabras


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Un café pendiente


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Lo dejamos todo para luego… Y ya ves, ese luego se demora, se escapa, se esfuma o tarda demasiado… ¿Qué sentido tiene ya? ¿A dónde se han ido esos prejuicios y ese temor a fallar o hacer el ridículo? ¿Dónde quedan esos minutos que nunca tuvimos para dedicárselos a algo que nos gusta o a permanecer en silencio con esa persona a la que amamos? ¿Dónde están las palabras que no nos atrevimos a pronunciar o las que dijimos de más pensando que siempre tendríamos tiempo a rectificar y enmendarlas?

Nunca tuvimos tiempo para nada de lo que realmente deseábamos y necesitábamos de verdad y ahora esa decisión nos quema el alma… 

Nos hemos pasado tanto tiempo diciendo que no teníamos tiempo mientras por dentro pensábamos que más adelante podríamos, que ya llegará la hora de afrontar lo pendiente, y lo postergamos hasta casi nunca. Y no llega, porque le cerramos la puerta. Y ahora la vida nos deja en suspenso, en barbecho, en pausa… Ahora nos dice no controlas nada, no mandas, no decides qué va a pasar…

Acumulamos conversaciones complicadas, cafés pendientes, tardes a solas para recordar el pasado  y saber si todavía duele (claro que duele, si no doliera ya estaría recordado y zanjado). Fingimos que lo haremos, pero sabemos que no. Nos mentimos y mentimos a los demás cuando les decimos que buscaremos un hueco en la agenda para verles, cuando sabemos perfectamente que siempre habrá algo que pase por delante de ellos, porque no son nuestra prioridad y si lo son, es que no tenemos claro todavía de qué va la vida. 

La excusas para no vivir lo pendiente se nos comen las horas. He conocido personas que tardan más en excusarse y decirte que no tienen tiempo para verte o ayudarte, que el rato que tardarían en hacer lo que les pides… Nos cuesta mucho decir «no, no quiero», «no me apetece o no me gusta lo que me propones». Y nos cuesta mucho decir sí a lo que nos interesa y sabemos que es algo que al final no podremos evitar porque nos asusta y nos va a poner a prueba. 

No es pereza, es miedo… No es falta de tiempo es desinterés. No pasa nada, sólo nos falta darnos permiso para llevar a cabo el ejercicio de ser honesto con uno mismo y decirse…  «Sé que está pendiente pero no lo hago porque cuando lo haga sé que me va a doler, que me llevará a revivir algo que no me molesta». O asumir que le has dicho que sí por el qué dirán, pero en realidad no quieres pero prefieres tragar con ello a que piense que eres un desconsiderado o una mala persona y esperas que nunca te llame para reclamar tu compromiso. Y eso te hace estar siempre pensando en si llega el día, incómodo y asustado.

Piensa en la larga lista de personas a las que prometiste ver y echar una mano y no lo hiciste… Y los que te hicieron eso a ti y cuánto te molestó mientras esperabas tu respuesta. 

El ejercicio que nos libera es sencillamente observar y observarse y ser sincero contigo. Ya no hablo de dejar de poner excusas al mundo sino de dejar de ponértelas a ti mismo. Mirar dentro, muy dentro, y notar que no quieres cenar con alguien pero lo harás si llega el caso porque no quieres que te juzgue o se enfade. En realidad, lo que pasa es que ya te has juzgado tú y sentenciado… Asumirlo y luego ir o no, pero hacerlo sabiendo que lo eliges tú y tomas las riendas, lo cambia todo. 

Hurgar en tus emociones y topar con la cruda realidad, saber que nunca vas a tomar ese café que te prometes cuando os encontráis por la calle porque siempre que estés apunto surgirá algo más urgente, más importante, más necesario… ¿Por qué no ponerle nombre a esa necesidad de dejarlo en suspenso y asumirlo? ¿Por qué no soltarlo y decidir que sale de una vez por todas de tu agenda o que sí, que ha llegado el momento y os lo vais a tomar ahora? Saber si te importa suficiente como para dejar de postergarlo… Saber si lo dices para quedar bien y en realidad deberías afrontarlo y decir «lo siento, tengo otras prioridades».

Mientras tenemos en la cabeza todo lo pendiente no podemos vivir lo importante, lo que pasa, lo que sentimos ahora… Por eso es necesario hacer limpieza en la agenda en la vida y reordenarse. Decidir qué vale la pena dejar ahí y qué no. Si merece la pena, buscarle un hueco ya y ponerlo en tu vida… Si no, tomar decisiones y con todo el respeto y la humildad, sacarlo para dejar espacio libre. 

Y a la hora de decidir, sobre todo, usar todo el cuerpo, no solo la cabeza. Dejarse llevar por la intuición, conectarse a uno mismo y sentir, notar qué te dice tu cuerpo en cada opción y dejarse llevar un poco por la vida, para que te sorprenda… Buscar un momento para lo nuevo, lo que nunca te has planteado, lo que a veces miras y no ves y abrir la mente. Arriesgarse un poco a dedicar unos minutos a lo inesperado, a lo que se sale del guión y no está en tu lista de retos y objetivos, a lo que antes tal vez jamás hubieras dejado entrar en tu vida… 

Notar qué notas y vivir lo que vives. Dejar de evitar lo inevitable y sentarse contigo mismo a decidir a dónde va tú vida y qué margen dejas para la sorpresa, para tus planes, para la improvisación, para tus miedos, para tus risas, para todo lo que tienes pendiente y realmente crees que merece la pena.

A veces, el café pendiente que más tiempo llevas postergando es contigo. Es el más importante y el más urgente… Es el que marca la diferencia en los cien cafés siguientes, el los cien años siguientes en tu vida. Tómatelo ahora y decide qué hacer con el resto de cafés pendientes… Y si te equivocas, rectificas, vuelves, vas, llamas, dices lo siento y gracias y respiras hondo. A menudo, una decisión errónea te lleva a descubrir el camino correcto… Ese camino que lleva a ti. 

Nota : escribí el corazón de este artículo hace días, hablando de todo esas conversaciones  y temas que dejamos pendientes… Hablando de lo que no hacemos por temor a qué dirán y de lo que hacemos justo para que no digan… Ambas cosas ahora pierden tanto sentido… Justo ahora, en este momento, lo pendiente nos estalla en la cara. Lo que tenemos pendiente con otros se aleja, se posterga y  se hace casi imposible y eso nos desespera… Nos da miedo que ya nunca podamos hacer aquello que dejamos pasar porque no nos sentíamos con fuerzas. Sin embargo, lo que tenemos pendiente con nosotros se nos pone delante en la agenda, incómodo, imparable, rotundo e inevitable.

La vida nos invita a tomar café con nosotros mismos.

 

 

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¿Vives en bucle?


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¿Vives en bucle? Siempre soñando las mismas cosas, de la misma forma, en el mismo sitio… Siempre esperando un mazazo que te devuelva al que crees que es tu lugar cuando te extralimitas y te dejas llevar por una valentía que no parece tuya… 

Buscando respuestas a unas preguntas que ya no te importan, que no te interesan, que no te definen…

Siendo una figurita en un tablero que no se mueve y no avanza, que salta una casilla y retrocede cinco… Que busca explicación, que busca el porqué sin darse cuenta de que lo que le pasa es que piensa demasiado y vive poco… Que piensa siempre en lo mismo y de la misma forma… Que arriesga nada y no consigue nada a cambio. Que no ventila sus ideas ni pensamientos y siempre son los mismos y le conducen al mismo sitio. Que se come los miedos en lugar de comprenderlos y luego llora porque no los puede digerir… 

Soñando que vuela y nunca vuela.

Soñando que baila y nunca baila.

Soñando que llega y nunca llega, porque siempre lleva los mismos zapatos y se para en las mismas esquinas para mirar los mismos semáforos y respirar el mismo aire que huele a rutina.

Te sujetas a algo que parece seguro, pero no es nada… Lo sabes, la vida te lo arrancará cuando más creas necesitarlo, para que te des cuenta de que no forma parte de ti, de que eres inmenso y no necesitas agarrarte a nada, de que te tienes a ti… Tarde o temprano caerán los mitos a los que sigues y veneras para que sepas que el único ídolo está en ti y que los demás son tan maravillosamente imperfectos como tú… Para que observes tu belleza inmensa tal y como merece y dejes de ver en otros lo que crees no tener y de detestar lo que reconoces de ti en ellos. Para que dejes de culparte por lo que no eres y empieces a ejercer desde tu grandeza. 

Si te escondes bajo un techo, la vida arrancará el techo para que entiendas que eres tu propio cobijo, que estás a salvo siempre y que mereces todavía algo mejor… Aunque nunca lo consigues porque sueñas corto, acomplejado, en voz baja… Porque sueñas con una especie de limitador conectado y unas tijeras enormes siempre le recortan las esquinas a tus sueños y a menudo se les va la mano. 

Si consigues para acumular, te lo quitará todo, para que comprendas de una vez por todas que no se trata de tener sino de ser y sentir, para que no te aferres a nada porque todo está a tu alcance…

Si corres mucho para todo, te hará parar para que sepas que debes detenerte a oler las flores y mirar cómo el sol se pone, acariciar el cabello de tu hija y degustar el plato que tienes ante ti en la mesa.

Si tienes miedo a algo, te pondrá esa algo en bandeja, porque llevas tanto tiempo pensando en ello y que has conseguido que venga a ti para que deje de asustarte, para que te des cuenta de una vez por todas de que el miedo está a tu servicio y no dirige tu vida… Y que lo que te asusta es un regalo para salir aún más entero de este trance.

No te asustes, todo esto forma parte de algo grande, tan grande como tú, que busca que sepas que no te quieres como mereces, que no te ves como realmente eres, que no puedes seguir limitándote porque vas a estallar dentro de ti… Para que abandones esas ideas gastadas que te hacen sentir pequeño y ocupes el lugar que te corresponde. Para que de una vez por todas asumas que no hay más sentido en la vida que vivirla, sentirla, abrazarla y asumir todos sus cambios como nuevos caminos que llevan a ti mismo… A ese tú olvidado y escondido que se pasa los días intentando salir mientras ahogas su voz en un marasmo de quejas. 

¿Vives en bucle? Te acuestas con los mismos miedos y das los mismos besos en los mismos pliegues de piel… Ves las mismas caras tristes de ver las mismas caras tristes y caminas por los mismos adoquines en la calle sin osar al sacrilegio que sería cambiar de acera y encontrar un destino que te haga reír… Le dices siempre que le quieres con el mismo rictus acongojado en los labios, como si supieras que puedes amar todavía más pero te reservaras amor para otro momento, para otra vida, para otra forma de vivir.

Buceas en tus entrañas buscando un pizca de amor propio que te haga llegar hoy a la reunión para decir no pero sabes que no vas a encontrarla porque cuando la tengas en tus manos la disfrazarás de «no puedo hacer eso». Te sumerges en esas otras caras, en este viejo tren que lleva siempre al mismo sitio porque no te atreves a bajar en otra estación o tomar un tren distinto o dejar de subir a trenes que no son tu tren y no te llevan a tu vida… Y todo volverá a empezar cuando llegues… Te pondrás el mismo traje u otro tan parecido que te hará sentir que no creces, que no avanzas, que nunca llegas al jaque mate ni abandonas el tablero… Que nunca pasa nada especial, ni cuando naciste, ni cuando lloras, ni cuando te caes, ni cuando te haces daños… Ni cuando mueras…

Y cumplirás un año más…  

Y soplarás las velas deseando tirar el pastel contra la ventana y subirte a la mesa y decirle al mundo que en realidad ese o esa no eres tú… Que dentro de ti hay alguien que arde en deseos de darle la vuelta a su vida, caminar por el lado más salvaje de la calle de la incertidumbre y arriesgarse a lanzar por los aires una rutina que a veces le hace no querer despertar.

Y que cuando alguien te mire raro porque actúas distinto y te ve esa mirada ida de felicidad, de persona que hace de persona, y te diga ¿pero qué haces? Tú le respondas… Todavía no lo sé, pero da igual… Ahora sólo quiero ser yo.


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Cuando la vida da vueltas


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Cuando eres niño el tiempo y el espacio son como un chicle. Parece que puedes moldearlos al gusto, que son elásticos y casi intercambiables. Es como si tuvieras un mapa distinto de lo que es la vida. En ese mapa, América y Europa están a un paso, puedes ir de continente a continente si te pones las botas de agua saltando un charco. Y además lo puedes hacer un sábado por la tarde, cuando no hay colegio y regresar antes cenar y preparar la mochila para la excursión del domingo.

A veces, vas dejando las cosas y las personas pendientes por el camino hasta que un día se borran y ya no están en tu agenda. Y un siglo más tarde, te das cuenta de que la pereza  te ha arrebatado un pedazo de vida.

Supongo que la vida es como un mapa. Hay momentos en los que un pliegue inesperado te permite dar un salto enorme y cambiar de escenario de forma súbita. Y un centímetro se transforma en mil kilómetros. Te encuentras al otro lado de tu vida e intentas recordar qué haces allí y cómo has conseguido catapultarte sin apenas darte cuenta. No sólo pasa con el espacio, pasa con el tiempo. A veces, en diez años no te pasa nada. Se definen como una sucesión de días y días atados unos a otros por luces y sombras, bostezos, abrazos, telediarios y cafés a media mañana que en realidad no se hacen con ganas de café sino de risa, de cambio, de emoción…

Hasta que una tarde sucede algo. No es impactante. No es ni siquiera importante pero es algo distinto. Cuando llevas años dormido esa palabra te aterra y a la vez te da hambre.

Lo distinto es enemigo de lo aburrido, de lo decadente… Amigo de lo mágico, lo extraordinario… Hermano de lo apasionante.

Huele a nuevo, desprende luz…

Y esa tarde, esa cosa nueva que llega a tu vida, es como una bola de nieve que empieza a zarandear las paredes de tu alma y todo lo que habita en ti se queda pegado a ella. Es como un huracán que se lleva el tejado de tus pensamientos y el aire enrarecido de tus habitaciones más cerradas. En ese momento, no lo imaginas, pero esa bola de nieve imaginaria va a jugar a los bolos con las columnas de tu vida y va a poner a prueba tus cimientos.

Y en ese momento, empieza todo a dar vueltas. Y tú te agarras fuerte a lo que queda. No sabes cómo, pero cierras lo ojos y suplicas para que aquello a lo que te agarras sea tan  sólido como imaginas. Todo pasa rápido, una cosa tras otra, en cadena, sin parar, el suelo se abre, el cielo se cae, la mañana es noche, la noche se doblega sobre sí misma… Lo pequeño se magnifica. Lo enorme se empequeñece hasta pasar desapercibido…

A veces lo ves, otras veces no. Al final, te das cuenta de que sólo lo que está bien arraigado permanece y que lo demás, si era sólo atrezzo, es mejor que se haya ido volando.

En ese momento, notas que había muchas cosas  y personas que creías que eran tus raíces y que ahora han salido corriendo y hay otras de las que no esperabas nada y en realidad eran más sólidas y permanecen.

A veces, la lluvia es un regalo para borrar máscaras y maquillajes absurdos.

Por momentos, te sujetas a ti mismo e intentas recordar cómo y por qué. Y entonces, te das cuenta. Nada es casual. Aquella tarde no venía de la nada. Ya hacía tiempo que tu cuerpo estaba sumergido en la rutina pero tu conciencia viajaba lejos. Saltabas charcos, buscabas respuestas, enfrentabas situaciones de las que antes huías  y eras capaz de mantener las miradas. Jugabas a salir de tus márgenes y pasar límites que antes considerabas sagrados…

Has atado cabos. Lo decían en los libros que ahora lees y antes no te atrevías a abrir. Lo sugiere esa melodía que tocaba un violinista en el metro y que habías oído mil veces pero sólo hace unos días empezaste a escuchar. Tocaba moverse y sacudirse la tristeza acumulada… Estabas dormido y clamabas despertar, nacer de nuevo, salir de ti mismo. Soñabas que un tobogán gigante te deslizaba al otro lado de tu vida absurda y vacía… Suplicabas una tormenta para que se llevara el decorado de tu vida…

Ahora todo tiene sentido. Un hecho se une al otro como una sucesión de farolillos en el cielo de una feria improvisada. Todo se ilumina. Todo se encadena y adquiere forma. Lo que no entendías es ahora obvio, lo que no podías creer es lo único, lo que imaginas cada día es lo que se va dibujando, poco a poco.

Como si el mundo girara y tú no encontraras un suspiro para apearte. Como si el miedo quisiera encogerte y el entusiasmo se empeñara el dejarte suelto, expandirte, ayudarte a volar.

A veces, todo cambia en un segundo tras siglos sin que nada se mueva.

El cuerpo tiembla y zarandea al alma… El corazón se acelera.

Cuando la vida te da vueltas muy rápido, sin parar, hay un punto en el que tú flotas, te paras, te ves… Como en el ojo del huracán… Y entonces, todo cobra forma y sentido. Y acabas llegando a la playa de un mar en el que nunca te has metido y buceando en una vida que parece que no es tuya.

No puedes decir que no porque no te sale la voz. Da miedo, se nota, aquí en el estómago y en la garganta…

Aunque el susto es mejor que la rutina, mil veces.

 

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