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Pequeña y tal vez innecesaria reflexión sobre el amor
Ella me dijo “el amor no se dice, se hace … Y cuando se habla mucho de él es porque no se tiene”. Lleva parte de razón, amar se conjuga, se vive, se experimenta. El amor es activo, se mueve, se retuerce, se enreda y se enzarza en tu vida. Te tapa los ojos y luego te suelta como a una gallina ciega. Te revuelve tanto que cuando te detienes ya no sabes qué guardas en cada una de la habitaciones de tu alma… Es adictivo porque nada te da tanta fuerza, tanta esperanza, tanto calor… Tanto frío. Nada hace que te levantes con tantas ganas de más, aunque sepas que nunca llega, que nunca cuaja, que no vas a tocar ni medir el tamaño de tus deseos con los de ese ser humano al que le anhelas la mirada y todo el bien que te cabe en la imaginación. El amor, de todo tipo, suelta y al mismo tiempo amarra. Cura y araña…
El amor a veces se juega, se baila, se detiene y aumenta de tamaño o disminuye, empequeñece, busca morada, busca rumbo. Es una sacudida helada, una ráfaga tan ardiente que te quema las pestañas y te hace caer de rodillas en un rincón mientras te buscas los principios para recordar quién eres… Y cuál era tu esencia antes de entrar en este laberinto y perder el hilo.
El amor se hace, cierto, amiga. Y también se fabrica cada día a partir de las ganas. Aunque para ello haga falta una primera punzada, necesaria, básica… Un momento en el que una mano enorme te sujeta por la cabeza, te da la vuelta y todo se detiene.
Y el amor se cuenta. Se explica. Con los ojos, esos grandes delatores, amigos y enemigos, jueces y verdugos … El amor se grita, se susurra. Se comparte. Se escucha… Se tiene que contar porque si no te ahoga, te quema, te estalla por dentro y acaba saliendo con una fuerza inesperada…
“Cuando se habla mucho de él es porque no se tiene”… A veces, porque se desea tanto que se canta, se compone… Se escribe en verso para atraer la magia, para que se abran las compuertas y fluya… Y cuando se tiene, se debe expresar. Porque el amor también es palabra, aunque se escape y se borre… Es pensamiento, es oxígeno y delirio… La droga más dura. Una substancia tan adictiva que si no nos dejara tan locos, dolidos y exhaustos y fuera tan maravillosa, deberían prohibirla. Pero entonces, se acabaría la risa y la vida…
El amor se hace y se dice… Se baila. Si no, se hace pequeño, se asusta, se envilece… Se cansa. Se pega a tu sombra y un día de lluvia, como este, se escapa.
A Izaskun… Una amiga que sabe de amor.
Nada
Nada es ya sórdido, si estás. Nada muere, si te miro.
Nada es simple, si te acercas. Todo se complica al buscarte. Todo es una carcajada enorme que excita mis neuronas tristes y agotadas. Me acelera el paso, me vence, me atormenta… Me altera por dentro y sacude. Me llena, me llama, me calma, me revuelve. Y cuando estoy extenuada, me convierte en una presencia gaseosa que se filtra en tus rincones con intención de arrancarte las ganas, con el deseo de mecerse en tu boca caliente y deliciosa. Loca por habitar tus sentidos y llenar tus huecos. Loca por contar tus latidos. Con el único pensamiento de que me pienses, con la única intención de existir en tus pliegues y dobleces.
Nada es ya el recuerdo de mi pasado. Nada es aquel yo de antes, dormido y sosegado. Nada es ya aquella nada inmensa que se gestaba en mi tedio y me convertía en arena gris y plata vieja… En esa figura que fui, muerta por nacer, con esa necesidad de cambiar de forma y poder convertirse en deseo puro y volar. Ahora ya no me resigno, no me doblo, no me quedo postrada… He aprendido a mecerme, a caminar en la cuerda floja, a pisar en falso con la sonrisa puesta y caer al vacío sin tocar fondo.
Nada de lo que pueda existir es más grande que la angustia de no soñarte… De que llegue un día en que no sienta el dolor que supone no tocarte sin cesar. Las ganas de no parar de devorarte con las pupilas, con las manos… Sentir un escalofrío que me atraviesa el cuerpo, que suplica la clemencia de tu roce con todo lo que me habita y que no sabía que existiese hasta que rondaste mis sueños con tu gesto salvaje. Me has dado forma y me has revuelto las entrañas. Has caminado en mi conciencia y has leído mis secretos y pequeñas miserias. Has abierto la puerta de mi alma para entrar y ahora me miras con cara de sueño y escusas de niño cansado.
Nada fue nada hasta que nací al oírte la voz. Y tus cabellos fueron mis redes y tus palabras mis pulmones. Y yo fui tu aire.
Nada es más eterno que el deseo de eternizarte en el hueco de mi pecho, en el regazo que forma mi vientre, en las espinas que se me forman en el alma al no poseerte. En la escarcha de mis ojos llorosos que vacían mi ansia.
Nada es tan incesante como este deseo, como esta tarde sin respirarte, sin percibirte el olor y buscar con locura tus gestos en esta tu ausencia cóncava y amarga. Como inventar excusas para llegarte a las esencias y esbozar un beso o dedicarte una palabra… Nada es como tenerte sin poderte morder y degustar, sin caminarte sobre la espalda con las manos temblorosas, libarte los miedos y retenerte las miradas implorando tu calor.
Nada es como antes, después de quemarse entre tus jirones y estremecerse bajo tu peso. Nada que no tenga que ver con tus sesos privilegiados, el caoba de tus ojos y tus vaivenes perversos.
Nada es ya nada que no hayas dicho, que no hayas pensado, que no desees contarme, que no pertenezca a tus goces internos o a tus ideas lúcidas. Nada importa ya. Nada que tú no seas y que no sea yo, desde que tú estás en mí y me invades y cauterizas con tu presencia.