Estaba tan sola, que sólo la miraban los cerrojos de las puertas y la acompañaban los búhos imantados de la nevera.
Tan sola que notaba los bocados del viento frío en sus piernas cuando se quedaba dormida ante la ventana y sus ojos tristes atraían a las hojas secas del otoño que flotaban perdidas en el aire…
Tan sola que la niebla se le había metido en los pliegues y era capaz de percibir en su piel el olor fresco de la hierba mojada.
Soñaba que conversaba, que reía, que alguien curioseaba en su nuca esbozando un beso dulce, una mañana de domingo… Que alguien la miraba mientras cruzaba el parque surcado de hojas ocres un martes por la tarde cuando el sol se ponía y su mente volaba.
Soñaba que corría apartándose las ramas de los árboles y que tomaba aliento ante una fuente de piedra donde una madre le acariciaba la cara a su hija y apartaba de su frente un mechón de cabellos amarillos. Soñaba que podía retenerlas en su memoria para echar mano de ellas y de su felicidad inmensa cuando volviera a esconderse en ese zulo interior donde todo es siniestro o está marchito…
Soñaba que alguien se quedaba para poder ver su rostro cuando llegara la mañana y encontrarla despeinada.
Aunque era sueño, era bruma… Porque estaba tan sola que notaba el vaivén de las olas de un mar antiguo que hacía eternidades que no pisaba.
Era tan fuerte que sólo podía romperse desde dentro.
Era tan frágil que podría desvanecerse si una ráfaga de viento le trajera a la memoria un nombre inadecuado, proscrito, oscuro, sombrío…
Eran tan hermosa, que su belleza era un secreto y su beso un rezo que susurrar a oscuras.
Acumulaba una pena dulce en su boca amarga.
El otoño entraba en su pecho y el lecho de hojas rojas y ocres inundaba su cama solitaria…
Con ganas de salir aunque sea para entrar en otro marasmo.
Con ganas de romper aunque le suponga romperse…
Con ganas de cambiar aunque sea para mal, aunque acabe dándose un golpe de realidad y le queden los dientes en una carretera imaginaria y deba pagar un peaje inasumible.
Con ganas de rumba, aunque no suene nunca rumba. Con deseo de furia para liberar toda la rabia contenida en su garganta silenciosa y abnegada…
Con ganas de probar aunque el sabor sea acerbo y la textura áspera.
Estaba tan sola que podía oír el eco de su respiración… Tan sola que sólo la abrazan las sillas y la acarician las sábanas. Sus labios de flor común no buscan más besos que las palabras y bailan tristes suplicando plegarias repetidas y gastadas.
Tan cansada que le pesan las pupilas. Tan triste que ya no le quedan lágrimas.
Tan helada que sólo la traen a la vida las tazas de café.
Abre la ventana. Un hilo de aire helado de este otoño amarillo se cuela en su blusa y dibuja un escalofrío en su espalda… Tan suave como una mano soñada, tan lúgubre como una tarde de lluvia eterna ante una historia triste en una novela que no se acaba…
Tan sola como una playa desierta o una rosa roja entre un puñado de rosas blancas… Tan desgajada del mundo como una nube perdida en una cumbre o una encina centenaria.
Tan mustia como el tallo desnudo de lo que fue una flor en un jarrón olvidado.
Tan rotunda como una luna eclipsada y roja… Tan desesperada, que no tendría reparos en tomar sonrisas prestadas.
Tan encogida, que nadie le habla por si no existe. Aunque suplique ser bendecida por las palabras…
Y justo cuando ya no lo soporta, mira a lo lejos, en esta tarde que acaba… El último rayo de sol dibuja una sombra y le devuelve una brizna de esperanza… Tan amarilla como este otoño amarillo y caprichoso. Tan tenue que se abalanza para agarrarla por si desaparece.
Entonces, lo sabe… Vive porque imagina, porque sueña, porque es capaz de sentir intensamente y volar de recuerdo. Porque no deja la mente quieta ni se da por vencida nunca, aunque la arena se convierta en piedra y el agua sea plata… Porque después de llorar, se lava la cara y esboza una sonrisa falsa para tomar aliento… Por si el gesto llama a la alegría… Porque está segura de que encontrará al forma de salir de este acertijo…
Sabe que no puede controlar el otoño, ni las hojas que bailan. No puede convertir la indiferencia de otros en cariño, ni llenar su habitación vacía. Todo lo que excede de su perímetro, escapa a sus deseos… Aunque, a partir de ahí, en su reino, en su cabeza y en su pecho, ella es la que manda… No puede cambiar sus ojos pero si decidir cómo son sus miradas y a qué las dedica.
Lo sabe. Sabe que, a veces, sobrevive porque tiene un mundo interior enorme donde todo es posible si lo sueña e imagina. Porque sabe inventarse momentos felices de la nada y tragarse realidades crudas con un pedazo de pan y una pizca de magia…
Porque un día de estos encontrará la manera de darle la vuelta a todo y conseguir que la marea que ahora la arrastra la empuje a la orilla, y tomará toda su tristeza acumulada para fabricarse un paracaídas.