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la rebelión de las palabras


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Cuando llevas años buscando y no encuentras


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Llevo años buscando algo que nunca supe definir. Por el camino encontré mil cosas que no eran ese algo, que casi no podía ni imaginar. A veces, era calor en una noche fría y aire fresco un mediodía de verano. Otras era viento para llevarse mis cenizas y fuego para resurgir de ellas. Era un lugar donde el silencio era tan absoluto que podía oírme respirar y latir. Eran todas la palabras juntas que jamás dije y las que no me pude callar. Era esa bocanada de aire cuando subes a la superficie después de estar demasiado tiempo en el agua y unas sábanas limpias para descansar. Era un camino llano, una mano amiga, un compañero de juegos que no me mirara pensando que soy rara, una noche de estrellas sin nada más que estrellas, una tarde de invierno ante una chimenea viendo arder las piñas y oyéndolas crepitar. Era parar sin tener que dar cuentas a nadie por estar cansada, parar sin tener que excusarse y sentirse culpable por parar.

Buscaba aliento y palabras amables. Buscaba algo que me recordara quién soy cuando me levanto por la mañana y llevo la resaca todavía de un día con miedo, con mucho miedo que la noche no liberó. Buscaba una fórmula mágica para ahorrarme mirar dentro y sacar la basura y los pensamientos lúgubres, un sabio que me contara como vivir sin vivir la amargura de no saber cómo y una hada madrina que me convirtiera en algo que no soy, porque lo que soy era a veces insoportable.

Durante años, esperé recibir de muchas personas los servicios prestados, los momentos regalados, el halago, el reconocimiento… Necesité ser perfecta para poder dejar de evitar los espejos y atreverme a vivir esas aventuras que mi corazón clamaba y mis pies frenaban en seco siempre. Me convertí en una tirana de mí misma, siempre exigiéndome tanto que llegué a odiarme. Cuántas veces he renunciado a hacer cosas no porque temiera fracasar en ellas sino porque al planteármelas me imaginaba lo mucho que me hostigaría para hacerlas perfectas y lo mucho que me reprocharía si no lo conseguía. Estaba claro que no lo conseguiría porque el listón estaba tan alto que cada día subía. Podía oír  esa voz de institutriz amargada impregnada de culpa, de una culpa oscura e insoportable, pegajosa e inmensa, recordándome lo mucho que me ven fallar y cuánto me apuntan con el dedo los que parece que siempre están pendientes que mis fracasos y quebrantos…

Buscaba… Llevaba años buscando y no encontraba. Buscaba un lugar donde ella se callara. Quería ahogarla y decirle basta, pero esa voz pisaba las nubes y caminaba sobre las aguas, bailaba en mi cama y cuando estaba tranquila me susurraba que tenía que estar alerta, que había dejado mi puesto de centinela y una tragedia se estaba mascando como consecuencia de ello en algún lugar… Y volvía a mi puesto, a hacer guardia, rota y cansada, agotada pero firme,preocupada por cuál sería el castigo ante mi falta. Con mi pequeño cuerpo deshilachado y tenso, harto y asqueado pero siempre, siempre apunto para atacar  defender y una fortaleza que no existía y una dignidad que nunca, nunca estuvo amenazada.

Buscaba paz y llenaba ese vacío con una guerra constante por parecer y llegar a mis metas, que cinco minutos después estaban desiertas y parecían insignificantes. Soñaba con demostrarle al mundo que había algo en mí que merecía la pena, algo que contar. Esperaba que el mundo superara el desaliento de verme y me diera la oportunidad que yo jamás me dí y me permitiera ser una persona «normal». Iba siempre atada a un regalo que ofrecer para que disculparan la osadía de mi presencia e insignificancia… Y el regalo cada día era más grande, más pesado, como una carga que arrastrar para poder ser digna de ser aceptada, reconocida, respetada.

He pasado años buscando esos cinco minutos después de saber que ya está, que todo irá bien, que estaba segura y protegida, que la vida daba un vuelco y ya no tenía que preocuparme constantemente. Suplicando dejar el control y poder soltar esa angustia que cuesta la vida soltar. Esperaba una especie de click, esa pieza que al moverla pusiera en marcha un mecanismo que me salvara o me dejara entrar en ese lugar donde te pasan cosas buenas y todo es como debe ser. Buscaba la pieza del rompecabezas que explicaba por qué llevaba años sin sentirme en mi lugar y siempre necesitaba estar haciendo cosas sin parar para sentir que solucionaba mi vida… Que si todo no era perfecto y no coronaba mis metas no era porque me hubiera quedado algo pendiente, algo por hacer… Para poder soltar esa culpa gigante que me recorría le cuerpo de madrugada.

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Esa era mi paz, rellenar correctamente el expediente, hacer los deberes, morir con las botas puestas… Y que si mundo estalla y revienta, nadie puede llegar a pensar que fue por mí, que yo tuve la culpa, que me dejé algo por hacer, que algo se me pasó por alto, que dejé mi puesto de vigilancia para tomar café y la oportunidad que esperaba pasó de largo… Como si no se tratase de vivir mi vida, sino de demostrar que la vivía de la forma correcta. Como si viviera en un escaparate inmenso y no importara si era feliz sino que diera el mejor espectáculo y todos supieran que actuaba como debía o se me había asignado.

Llevo años buscando esa pieza, esa tecla, esa palanca que pone en marcha el mecanismo y ¿sabéis qué? no existe, no hace falta, no hay necesidad… La varita mágica para encontrar es dejar de buscar. La forma de mejorar el expediente es cerrar el expediente, hacerlo trizas y tirarlo… Soltar tu necesidad de parecer y hacer lo que el mundo espera y limitarte a ser y vivir en coherencia. La vida perfecta es la vida vivida y sentida, la solución es decidir que no hay problema… Cuando admites y aceptas que puede que el rompecabezas esté incompleto y no pasa nada, descubres que la pieza que buscabas eras tú y que el mensaje que debías recibir era «ya basta». Nunca nada será perfecto porque estás programado para que no lo sea, para no verlo, para continuar buscándolo… Para intentarlo una vez más a pesar de que el cansancio y el hastío sean insoportables. Ya está bien. A veces, la vida quiere que te canses mucho para que llegues a ese punto en que ya no te importa nada lo que parece, lo que piensan los demás, lo que crees que el mundo espera, los méritos que haces, lo mucho que das y te atrevas a vivir como nunca antes has osado vivir… Libre y sin carga. Para que sepas que, en realidad, lo que llevas años buscando es a ti y  lo que necesitas es cambiar tu forma de mirar, tus pensamientos, tu perspectiva…

 

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Siempre que crees que llega el final, estás ante un nuevo principio


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Siempre que crees que has llegado al final, en realidad, estás ante un nuevo principio.

La vida es un bucle en el que todo es cambio constante y cuando te quedas quieto cinco minutos y miras al suelo, te das cuenta de que ya no existe. La vida te obliga a bailar para que no te quedes parado, te obliga a saltar para que pases a la siguiente fase, te obliga a vivir para que no te quedes rezagado…  Siempre que crees que has encontrado las respuestas, te cambia las preguntas. Y te vuelve loco, hasta que descubres que lo que realmente importa es la transformación que la búsqueda de respuestas experimenta en ti y no las respuestas que buscas.

La vida te invita a caer para que no tengas más remedio que levantarte. Siempre que sientes que estás ante el amor de tu vida, le borra la cara para que sepas que la verdadera historia de amor que tienes que vivir es contigo. 

Cuando estás en el suelo, roto y descosido, sin ganas, sin casi aliento, con los ojos abiertos sin ver nada más que tu miedo y las manos cerradas porque crees que ya no hay nada para ti, algo te levanta. Eres tú y no eres tú a la vez. Es esa versión de ti que se ríe de los miedos y siempre va un paso por delante. La que te dice «venga, hazlo» cuando tú tienes ganas de permanecer sentado un rato más. La que te pide que te calles cuando vas a quebrar tu silencio para decir algo que no busca más que confrontación y pelea. Es una parte de ti que lucha sin luchar, que camina sin casi poner los pies en el suelo, que siempre cae de pie porque confía en sí misma. Es esa parte de ti a la que haces callar a veces porque te asusta lo valiente y osada que es. 

¿Lo has sentido alguna vez? Es algo indescriptible. Una certeza absoluta por algo que todavía no puedes tocar. Una fe inmensa que traspasa muros de hormigón y se comunica contigo aunque esté a mil kilómetros de tu consciencia. ¿Has notado eso alguna vez? conectar con esa capacidad de estar por encima de todo y en plena tormenta ser capaz de intuir el sol… Notar que hay suelo en plena caída libre… Saber que hay algo a lo que agarrarse aunque mires alrededor y no veas nada. Intuir que está pero que todavía no lo ves porque no ha llegado el momento perfecto. Saber que cuentas contigo, que sacarás la fuerza de algún lugar, muy dentro, cuando llegué el momento y sabrás exactamente qué hacer.

Siempre que llega el final es un comienzo disfrazado. Algo nuevo que nace porque algo muere o se transforma. Algo que surge porque has renunciado a algo que te ataba a lo que ya no podía ser, a lo que ya no era, a lo que ya no eras tú. Un devenir constante en el que si te quedas quieto te salen escamas y si no lloras cuando necesitas llorar, te estalla la garganta… Un estar atento y al mismo tiempo confiado, estar alerta y soltar el lastre. Desechar lo que no sirve para dejar hueco a lo que está por llegar. Dejar de hacer guardia por si te atacan mientras abres la puerta a lo desconocido. Dejar de confiar en los relojes y empezar a darte tu tiempo, a amar tu presente, a ver con los ojos de tu consciencia…

Siempre, siempre que algo se va, llega algo nuevo. Sólo tienes que cruzar el umbral de tu miedo, aún con tu miedo a cuestas, porque no se irá. Seguirá a tu lado y tú decides si le haces caso y te quedas o si te escuchas a ti y das ese paso.

Siempre que crees que acabas, estás empezando de nuevo, siempre. Porque tal vez porque la única forma de llegar a tu certeza es atravesar tu incertidumbre. La más oscura y espesa. Atravesar la más absoluta oscuridad para no tener más remedio que aferrarte a tu luz. Vivir la más insufrible preocupación para que no te quede otra opción que soltarla y empezar a creer en ti y besar tu paz. 

Siempre que crees que has llegado al final, en realidad, estás ante un nuevo principio. Lo que pasa es que no lo ves porque te aferras a lo que era y no puedes contemplar lo que es. Te agarras a una rama y para saltar tienes que soltarla y agarrarte a otra. Tienes que confiar. Tienes que encontrar en ti la deliciosa certeza de que pase lo que pase no te vas a dejar solo… 

Cuando algo acaba, algo comienza.

Siempre, siempre que buscas algo, en realidad te buscas a ti.

 

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Vivir en modo «café con leche»


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Basta ya de objetivos y de listas… Que sí, que están bien, yo las hago siempre pero, por favor, no son una biblia. No vamos a dejar de ser esclavos de la mediocridad para pasar a someternos a la exigencia máxima. La excelencia no sólo es dar lo mejor de ti en cada momento sino sentirlo, vivirlo y notar como te cambia. De lo contrario, la vida es como esos álbumes de fotos que tenemos todos en los que aparecemos en lugares junto a monumentos y ni siquiera los recordamos porque nos hicimos la foto en un segundo sólo para decir que estuvimos… Las listas de objetivos están vivas, se mueven, se cambian, se recalculan, se redirigen, se bifurcan… La gran habilidad es la de escoger un camino y ser capaz de entretenerse en él y vivirlo con suficiente entusiasmo como para que el camino te cambie. La vida no es símbolo de check que le pones a tus metas, es lo que sentiste cuando las surcabas y te acercabas a ellas.

De hecho, te propongo un reto. Que tus objetivos no sean a largo plazo por unos días.  Inténtalo sin más pretensión que hacer este experimento. Que tus metas sean cosas cotidianas. Que te propongas vivir notando lo que pasa, los detalles… Lo que pasa mientas esperas que pase algo importante, vivir «el mientrastanto». Yo lo llamo vivir modo café con leche. Que al acostarte por la noche, tu meta no sea la reunión de las once o lo que tienes previsto por la tarde, ya no hablo de la semana siguiente. Planifica si quieres para que no te pille el toro, pero proponte vivir lo cotidiano… Acuéstate sin más pretensión de despertar y gozar del café con leche, del te, de lo que sea que tomes. Y vívelo como una esponja. Nota el olor, el sabor, el calor… Ponle canela si te gusta para darte más placer, mira la vista que te rodea sin salir del café. Nota si hace calor o hace frío, nota como se estremece tu cuerpo y cambia al sentir como el café con leche llega a tu estómago. Nótate los pies y las manos. Siente cómo respiras cuando tomas café. Si alguien te acompaña, mira su cara, nota su gesto, escucha su voz y todos los sonidos más allá de esa voz, el eco de la habitación, lo que hay más allá de las ventanas… O si lo prefieres, métete solo en el café y bucea en él, como si tu vida fuera solo ese café y nada más. Percibe como va bajando la temperatura, como acaricia tus labios y tu paladar… Suelta todo lo demás. Deja de intentar controlarlo todo, lo que pasa fuera y lo que pasa dentro de ti, siente, nada más… Existe y abandona esa absurda idea de que, si no estás pendiente de todo, el mundo dejará de girar. Dedícate a estar presente en tu vida, a notar  como te sucede y asume que ese control de lo que pasa en tu mundo a veces sueñas con tener  es una farsa en realidad, que lo único que consigue es dejarte exhausto y sin ganas de nada.  

Ya lo sé, alguien estará pensando, esto no da dinero, no produce, no genera nada…  Lo sé, me he planteado eso millones de veces y todavía lo siento y me asalta por las noches pero… Amigo, ¿acaso el café engullido o tragado en dos segundos con indigestión segura y paso por el retrete te asegura el éxito? ¿Produces más con el intestino flojo? ¿Cuando no tienes tiempo de nada y no sientes lo que vives llegas a las reuniones con ganas, con ánimo, con todos los sentidos activados y receptivo? ¿Cobras más cuando vives sin tener tiempo a respirar? a mí nunca me ha pasado. Y lo que produces, es como si no fuera tuyo porque apenas lo notas. 

Vivir en modo café con leche si produce porque te cambia. Bueno, vivir en modo café embudo también porque a la larga o a la corta cambia tu flora intestinal y eso también transforma tu vida… Y sí, también es un aprendizaje. Aunque yo hablo de cambiar y transformarse sintiéndose mejor, sin agobiarse más allá del café, poniendo los sentidos, por dentro y por fuera y viviendo cada experiencia como única. ¿De qué te sirve? pues de entrada, captas cómo te sientes y te sosiegas. Te gestionas y comprendes, te permites sentir y dejar aflorar lo que llevas guardado y enquistado dentro, te calmas, te concentras, te predispones a sentir y escuchar, empatizas contigo y te acercas a ti lo que directamente te hace más empático y receptivo a los demás. Te cambia la cara y se te percibe como alguien más amable, más cercano, más digno de confianza… Recargas energía, te reseteas, te despreocupas (me permito recordar que preocuparse no genera nada, no nos hace más responsables ni soluciona problemas, al contrario. Lo que sí los soluciona es estar atentos y activos y tener la mente clara y la intuición aguda para encontrar las respuestas) y te encuentras a ti mismo.

No hay mayor acto de amor que gozar del café cuando tomas café. Que notar el sol en la piel cuando hay sol y el tintineo de las gotas de lluvia y su olor al caer en la tierra cuando llueve. Sentir como sube el ascensor y como los pies toman contacto con el suelo, sea arena en la playa o asfalto a través de los zapatos. Notar como el agua de la ducha acaricia tu cuerpo y como al salir de la cama el contraste de temperatura te eriza el vello. No hay mayor valentía que sentarse al volante y notar el coche y surcar la carretera, pasear a media tarde para ir a buscar a tus hijos al cole y dejarse llevar por el camino… Notar sus manitas pequeñas cogidas a las tuyas y descubrirles una mueca nueva cuando te cuentan qué han aprendido hoy.

Esas son las metas. Esas dependen de nosotros y nos transforman. Las otras, el plan de objetivos y retos, maravillosamente se alinean cuando gozamos de las primeras y nos sentimos cómodos con nosotros. Y es verdad, algunas desaparecen de la lista porque no eran para nosotros, las colocamos ahí porque pensábamos que estaban bien pero en realidad no eran nuestras, eran metas prestadas de otros que sonaban bien o caen en importancia porque nos damos cuenta de que no podemos abarcarlo todo y aprendemos a priorizar y le damos importancia a lo que realmente cuenta en nuestra vida. Sentir te prepara para vivir más atento, más ágil, más sereno y activo. Igual que el sendero de la montaña y el entrenamiento te preparan para llegar a la cima, gozar del café con leche te convierte en el más atento y ávido de la reunión de las once.

Se trata de un entrenamiento para vivir tu vida más allá de lo que pueda o no pasar mañana  y de lo que pasó ayer.

Y mientras vives «en modo café con leche», muchas veces, te das cuenta de que el informe que presentas esta tarde necesita un re-enfoque y no pasa nada, porque una nueva idea te cruza la mente. Y te llega así, como si nada, sin haber pensado en él, como si hubieras conectado a una antena que capta sensaciones y grandes ideas… Porque en realidad, la antena te conecta a ti.

¿Y si te permites conectar la antena? ¿Y si te pierdes un rato en la vida a ver qué pasa?

AVISO : No hay fórmulas mágicas, este reto produce cambios pero tal vez no son ahora, ni hoy, ni la semana que viene. Si lo llevamos a cabo, no nos caerá un maletín cargado de billetes encima ni cambiaremos el mundo. Aunque tiene algo positivo siempre, porque como valora el presente y el camino por encima del resultado, la ganancia está asegurada. 

 

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