Vivimos un momento de extremos. De blancos o negros. De tener que estar arriba o abajo. De encontrarse en un cruce de caminos y de repente que te griten para que escojas uno y que no sea para explorarlo sino para siempre… Sin tonos, sin gradaciones, sin ventanas… Luz o sombra, todo o nada… Tal vez porque estamos asustados y los que se asustan se quedan petrificados, a veces, en un extremo, ocultos y sin avanzar…
Un amigo me decía no hace mucho que ante la situación que vivimos hay que tomar partido. La pregunta es ¿hay que hacerlo desde un extremo? ¿no se puede encontrar un equilibrio? ¿todo debe ser sí o no, frío o caliente, fuera o dentro, en un lado o en otro? ¿No puedes decidir defender unas ideas sin tener que pisar las de los demás? ¿sin pensar que lo que tú crees es la única verdad que existe o aunque así lo sientas, que eso no te hace mejor ni te da derecho a menospreciar otras formas de ver la vida?
Lo digo porque desde el extremo, el otro está muy lejos y cuanto más lejos está más complicado es ver la expresión de sus ojos. Eso no es bueno. No lo es tanto si lo que quieres es saber qué piensa o qué siente como si lo que deseas es captar su lenguaje no verbal para anticipar su jugada. Ya no hablo de ponerse en su lugar y entenderle. Saber cómo le afecta lo que a ti te afecta y lo que tú haces, notar sus miedos y reconocerlos, imaginar qué pensarías tú si fueras él y te toparas con tu cara… A lo que se llama alteridad y para practicarla hay que aprender en don de la empatía, algo que sólo se consigue si se cede, si se es capaz de dar un paso atrás e iniciar un diálogo.
El problema de los extremos es que te hacen perder los matices y la vida se compone de ellos. Los matices te dejan entrar en los mundos ajenos y entender, sentir, empatizar… Los matices hicieron hace siglos que se descubriera que el poseído era una persona enferma que necesitaba ayuda de un médico y no una ceremonia macabra para expulsar un demonio. Los matices descubrieron que cuando una mujer vivía de un modo alternativo en una sociedad que no admitía que las mujeres ocuparan el lugar que les pertenecía no era una bruja y no debía ir a parar a una hoguera. Los matices se captan en el microscopio y ayudan a crear vacunas. Los matices en una reunión culminan en un tratado de paz que acaba con una guerra. A veces, son la diferencia entre un malentendido o una venganza. Otras, si se exponen en voz alta acaba con una vieja rencilla. Para conocer a otros y llegar a acuerdos, hay que relacionarse con ellos y compartir experiencias, hay que rebajar el tono y practicar la humildad.
Los matices son la letra pequeña del contrato de nuestras vidas. Podemos leerla o no, pero a menudo, tenerla en cuenta puede cambiar el rumbo de nuestros pasos.
Se expresan de muchas formas. Son a veces una mirada de humildad que podría pasar desapercibida en una pelea. Una súplica, un “por favor” o un “gracias” que cambia el sentido de una frase. Todo aquello que hace que el mundo no se divida en buenos o malos, sino que cada uno tenga un gran margen de posibilidades para pasar al otro lado. Los matices son el recodo a medio camino donde todos podemos estar cómodos y empezar a construir algo nuevo y mejor.
De lo contrario, viviríamos en un thriller o en una comedia. Todos seríamos personajes planos que no evolucionan cuando sufren, que no se cansan ni se asustan. Seríamos superhéroes o villanos. Y el resto, todos anodinas personas “normales” sin nada que ofrecer, sin brillo, sin chispa…
Los matices son lo que enamora. Lo que cambia el sentido de una frase o lo que permite que existan las formas… Y las formas arrastran a los contenidos, los modifican, los hacen accesibles o insoportables, los hacen elegantes o vulgares, los hacen brillantes o insuficientes… Y lo mismo pasa con las relaciones… ¿de verdad a estas alturas de la historia vamos a dar un paso atrás de gigante y volver a la oscuridad sin matices, sin términos medios, sin equilibrio?
¿Queremos un mundo de extremos? ¿de verdad queremos ir por la calle y dividir las aceras entre los que están conmigo y los que están contra mí? ¿Queremos un mundo de amigos y enemigos? Porque si queremos eso, volvemos al miedo, al dominio de las personas con los instintos y sin razón, (puesto que todo es extremo, o somos listos o somos tontos , o estamos felices o estamos tristes), volvemos a las etiquetas y nos colgaremos todos una o dos, o tres o mil… Rico, pobre, blanco, negro, clase media, solidario, depresivo, parado, periodista, músico, runner, médico, católico, lector, bueno, malo… Así hasta mil etiquetas que llevar colgadas y a las que ser fieles cada día porque nos encasillamos tanto que si salimos de la fila nos perdemos algo, aunque no sepamos qué.
Es cierto que en la vida hay cosas ante las que uno no puede quedarse quieto o ser tibio. Ante la injusticia, el crimen, el dolor ajeno, el propio, ante el hecho de vivir una vida que no nos hace felices o haciendo cosas que nos rompen los esquemas porque no se ajustan a nuestros valores. Aunque hay tantas formas de moverse y actuar sin ver el mundo bajo consignas y contestar como un robot a algunos mensajes concretos…
Encontrar ese punto medio no significa no ser apasionado o no ilusionarse o dejar de vivir al máximo. Significa hacerlo con toda la emoción posible pero sin perder la cabeza. Negociar con uno mismo tal y como debemos aprender a negociar con los demás. Encontrar el equilibrio que nos permite mantenernos en esa cuerda floja sin caer ni aferrarnos al pasado…
Detrás de cada noticia, a pesar de la veracidad de los hechos, hay tantas interpretaciones… Vale la pena, hurgar en ellas, buscar perspectivas, no cerrarse a otros escenarios ni desdeñar otras maneras de pensar que no son la propia. A veces, vale la pena revisarlo todo. Y hacerlo no significa dejar de creer en uno mismo, porque lo que te hace especial no es no cambiar de ideas sino ser capaz de reconsiderarlas… Tu esencia tiene una parte cambiante justamente para poder mantenerse sólida. Si no, nunca evolucionaríamos ni como personas ni como sociedad y andaríamos quemando supuestas brujas y temiendo no sé qué plagas por nuestros pecados imaginarios.
Cuando tenemos miedo, a veces, nos aferramos a lo básico y no nos atrevemos a arriesgarnos, a crecer, a evolucionar, a intentar probar cosas nuevas… Cuando tenemos miedo, huimos de lo desconocido y nos quedamos paralizados, sin explorar, sin pensar, sin querer sentir, sin salir de la jaula que nosotros nos construimos por temor a volar…
Cada conflicto es una oportunidad para aprender, de uno mismo y de los demás. Y no se aprende a distancia y sin ensuciarse las manos, no se conoce a otro sin tememos acercarnos o le prejuzgamos por lo que es o lo que defiende. Los prejuicios nos alejan de otras personas y de nuestro propio desarrollo y crecimiento. La materia básica para negociar es la humildad. Acercarse a los demás te deja encontrar ese punto medio para valorar las cosas. Aprender de la discrepancia, la crítica constructiva y del diálogo…
Tocar al enemigo y convertirle en alguien cercano para que deje de serlo. Notar su pulso y descubrir sus puntos débiles y sus puntos fuertes… Los matices, lo que facilita el diálogo y en encuentro… Las coartadas de cada historia, lo que nos permite descubrir que el tirano es en realidad un amargado que necesita ayuda, que el avaro era un niño que nunca tuvo nada y no ha sabido superarlo y nosotros… Nosotros no somos perfectos y también hace falta que se nos acerquen y encuentren esos matices que nos ayudarán a conectar. Porque es la única forma de encontrar la justicia, el equilibrio, el respeto, la compasión, la bondad… Ser otro, por un rato.