merceroura

la rebelión de las palabras


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Por qué escribo


estrella-magia

Escribo por necesidad. Por inquietud. Casi por delirio. Escribo para apaciguar a mi alma guerrera que siempre me pide librar batallas contra dragones imaginarios. Escribo porque a cada palabra que suelto, la ansiedad se mitiga.

Escribo para calmar el dolor de mi cuerpo menudo y atenazado por las ganas de llegar a todo y siempre sentir que se queda corto.

Escribo porque las palabras construyen realidades paralelas y sosiegan llantos. Porque necesito sacar de dentro todas las que tengo almacenadas esperando engendrar pensamientos. Escribo sin cadenas ni frenos.

Escribo para ser mejor y sentirme completa. Para no perder el don de encontrar la belleza en todo y darle la vuelta a los momentos amargos. Escribo porque las palabras acortan las noches de insomnio y eternizan las caricias.

Escribo porque creo fervorosamente en la intensidad de las formas … En la necesidad de encontrar la forma más adecuada para cada momento. Escribo porque adoro lo pequeño y quiero prolongar lo escaso.

Escribo porque escribir agita mis alas y me recuerda que la oruga es una mariposa y la bellota una encina.

Escribo más para los que buscan que para los que ya tienen, para los que quieren saber más que para los que ya todo lo saben. Escribo porque mis palabras cambian el camino. Escribo porque las palabras me cambian…

Escribo porque las palabras que uso hacen que mis temores sean absurdos y mis fantasmas queden ridículos ante el espejo del tiempo. Escribo para acortar distancias y dilantar presencias…

Escribo con palabras imprudentes, a veces, con palabras que me salen de las vísceras y los pliegues de una conciencia cansada pero agitada. Escribo para pasarme y no para quedarme corta…

Escribo para zarandear conciencias y revolver entrañas.

Escribo para los que no escriben y lo necesitan.

Escribo para dar palabras a los que las buscan y no las encuentran. Escribo para emocionar con lo que me emociona… Escribo sin buscar redención ni querer esquivar condena.

Escribo sin más norma que la de no traicionar mis principios y mis ganas. Escribo sin atar mi vergüenza y corro todos los riesgos que se deriven de mis sentencias más absurdas. Escribo sin corsé ni margen, con todas las rosas y todas las espinas… 

Escribo sin esperar que nada calme mi sed de palabras ni mi insaciable hambruna de magia…

Escribo sin estar sujeta a la severidad de otros ojos, ni a las ataduras de morales impuestas.

Escribo sin riendas…

Escribo por si el viento sopla fuerte y hace frío…

Mido versos, nunca mido respuestas. Busco saciar esperanzas, no bolsillos… 

Escribo para seducir a los cautos y que se dejen llevar. Escribo para encandilar a los sumisos y que levanten sus miradas.

Escribo irreverente y desbocada, sin buscar más dicha que la de mis historias ni más gloria que la gloria de honrar las palabras… No escribo para encontrar respuestas sino para atreverme con las preguntas.

No escribo para los pájaros que ya cantan solos sino para las ramas de los árboles y las pasiones mudas o calladas.

Escribo de oído. Escribo de recuerdo. Escribo con fuego desde mis entrañas revueltas y ansiosas…

Escribo porque invento mundos y levanto imperios imaginarios. Porque dibujo caminos y puentes y genero estados de ánimo. Escribo para que las fieras amaestren a sus domadores y los cuerdos pierdan un poco la razón…

Escribo porque cuando escribo, sueño, y soñar es lo que nos diferencia de las bestias…

Escribo para enamorar a las bestias.

 

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Gracias por indignarme


Cuando estoy indignada, escribo mejor. Me recorre el cuerpo una especie de necesidad comunicativa que se traduce en palabras, una tras otra. Un rollo imparable y, a menudo, devastador. Esa es la sensación por la que me hice periodista, convencida de que la comunicación iba a salvarnos. Y aquí estoy, algunos años después, que nadie pregunte cuántos, aún con la idea en la cabeza de que las palabras curan y cambian cosas. Que ayudan a que las personas se levanten, se indignen y pidan explicaciones. Que derriban regímenes autoritarios… y a veces implantan otros. Que informan y dan poder. Que al final, ante el juez, nos quedan eso, palabras.

Yo misma, hasta no hace mucho, llevaba años dormida. Lo admito, dormida. Había permitido que poco a poco las palabras que usaban se repitiesen en un bucle y fuesen las mismas; me había vuelto gris, como el gris de los peces crudos pero sin llegar al brillante de la sardina…

Permanecía inquieta; lectora, buscando mentes doctas que me orientaran pero dormida. No es que no tuviera nada que decir, es que, peor aún… ¡no tenía ganas!

Con mi natural inquieto, aceptar estar un tiempo así no había sido fácil, había tenido que inventarme una coartada. No fue complicado, la verdad. La sociedad actual me lo puso “a huevo”. Que si el trabajo, que si la familia… la maternidad es una buena excusa para escabullir-se, a veces, del compromiso de cambiar. Y en realidad, es su gran estímulo. Dando la vuelta a la tortilla, ser madre es, además de lo más duro y hermoso que me ha sucedido nunca, lo que más puede estimularme.

¿Con qué derecho no hago yo nada para cambiar el mundo si mi hija se lo merece?

Me conformo con esto, dejo que mi realidad la decidan otros ¿y qué le digo si pregunta cuando sea mayor por qué tragué con ello? Porque lo preguntará. Lo sé. Se lo noto. Es pequeña pero relista.

Los cambios, sin embargo, no los hacemos por cuenta ajena. Tienes que levantarte un día, mirarte al espejo y ver algo que no te gusta y decir “basta”. Y despertar.

Caramba, he estado años dormida manteniendo un mínimo estímulo porque estaba demasiado cansada para hacer la revolución. Porque no tenía problemas para llegar a final de mes (aunque el dinero no sobraba,tampoco) y me había acostumbrado a decir sí y olvidar porqués.

Y un día llega la crisis y dondequiera que voy, hallo espejos que me recuerdan que me he dormido y que tengo que volver a encontrarme.

¿Cómo he consentido que me tomaran tanto el pelo?

Y siento de nuevo esa necesidad de comunicarme y vomitar lo que me aniquila por dentro. Y encuentro personas que también lo necesitan y cada día se reinventan.

Entonces me doy cuenta de que a mi nuevo yo, que es un yo renacido de otro que se había perdido un día… tal vez en una rueda de prensa, le queda el refugio de las palabras.

Y no es el único. Me queda mucho por aprender y decir.

Quizás gracias a esta gran tomadura de pelo, he despertado de un letargo insípido.

Sólo decir a los que primero me ayudaron a dormir y ahora me han hecho despertar: gracias por indignarme.

Nos quedan las palabras. Usémoslas.