merceroura

la rebelión de las palabras


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Iba a ser un compendio de quejas y se quedó en un presunto poema de amor


Ella, presa dulce. Siempre subida al trapecio, haciendo equilibrios para no caer ni decantarse. Tan frágil y a la vez tan elástica. Tan viva y a la vez tan cansada. Un cuerpo pequeño, mitad mujer y mitad piraña. Siempre deseosa de tragarse al mundo y quedar oronda y satisfecha… Siempre deseosa de encontrar una montaña más alta, un amor más dulce para contar la historia y que todo el mundo sepa que ha sido amada… Por si alguien lo duda, por si alguien cree que no es digna y el amor sólo le llega de esperar migajas bajo la mesa o arañar besos equivocados a oscuras. Ahora está bastante harta de esperar y quedarse quieta, de recordar que antes bailaba…

Ella siempre siendo lo que otros piensan que sueña, lo que otros dibujan en un papel doblado. Siendo el personaje, la rima fácil, el sueño tangible… Cambiando de rostro y esperando que le des tu aprobación para que todas sus moléculas sean tuyas y exista a través de tus suspiros y se esculpa a través de tus ojos. Deseando robarte una caricia, esclavizada a tus pupilas… Suplicando que la sigan y no la pierdan de vista, anhelando que la suelten para bajar del trapecio y volver a ser bailarina.

Ella, bailando este vals perverso a tu son, cubierta de escamas de tanto esperarte, de esconderse tras tus cortinas y enredarse en tus pliegues de hipocresía buscando encaramarse en tus brazos y morar tras tus oídos… Vivir en tus pestañas… ¿No la ves llorar porque no la miras? ¿No la ves penar mientras no te inquieta nada más que afilar tus zarpas y capturar otra presa más silenciosa, más sumisa, más arrastrada?

Ella, colmada de suspiros y repleta de llantos contenidos. Sueña con ser otra y satisfacer tus pensamientos, colmar tus encías… Pero se queda a medio camino, porque es tan lista que sabe que los días de fiera amaestrada se le acaban, que toca recoger las lágrimas y dejar de arrastrar la falda… Sabe que las hojas caídas se amontonan en su entrada creando un tapiz ocre que le recuerda que el otoño está entrando en su vida imparable y que la puerta se abre y va a salir al mundo a buscar lo que no encuentra en ese hueco que le dejan tus miradas burlonas. Ella que ha sido loba y ahora está petrificada, ella que surcaba las noches en busca de batalla y presa fresca y ahora caza de oído, con la vista y el olfato casi muerto le recuerda que en su interior habita una bestia dormida… Una bestia hermosa.

Ella y sus quejidos dulces, viviendo de acumular lamentos. Con los cajones del alma siempre revueltos y las noches en vigilia imaginando que se decide, que deja de inspirar en la habitación buscando tu olor y esencia y desesperándose por notar que la roza, que la abraza. Necesitaba contar una historia y subir una montaña. Necesitaba devorar un sueño y quedar harta… Y se metió hasta las rodillas en un fango cenagoso y quedó atrapada… Tus manos la dejaron prendida porque dibujaron caricias que nunca llegaron… Porque inventaste palabras que ella jamás había escuchado y se las susurraste al oído mientras inventabas un tú distinto que la colmaba de miradas y besos a distancia. Una seducción amarga, una teleraña inmensa…

 Ella sabe que sus días de correa y rincón han terminado. Las bestias son bestias y ella no es mansa.

Sigue cansada en un rincón y te mira con ojos llorosos y hocico mojado. Te busca con las esquinas de su boca roja y agotada de rondarte el beso… Te huele para saber cómo estás hoy de sabroso por si se decide a hincarte el diente… Sin pedir permiso, sin que sepas de dónde viene el bocado… ¿No te das cuenta de que tienes a un fiera atada? ¿No ves que si no la miras se ofende y si se ofende va por ti y te devora el alma?

Ella, que lo ha dejado todo por dorar tu rincón, subir en tu trapecio y morar en tu jaula… Se va, está lista y se desliza hasta el suelo, con sus pies pequeños y su mirada de plata.

Este vals perverso entre dos bailarines locos se acaba.

¿No lo veías venir? ¿No prefieres darle la llave de la jaula y suplicar que se quede?


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Deseo


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Vivía de palabras. Las devoraba, las leía una vez y otra, hasta mutarles el sentido y reconvertirlas. Jugaba a cambiarles el acento y ponerles prefijo, las cambiaba de contexto… las susurraba. Cuando estaba triste, las convertía en llanto o en gemido… cuando estaba alegre, las zarandeaba hasta que eran puras carcajadas…

De tanto perseguir palabras, había dejado un poco de lado los gestos, el roce con las personas… siempre más imperfectas a sus ojos que todo lo que podía encontrar escrito en un poema, en un tuit… en una pared oculta, de una calle oscura, una tarde perdida.

Los ojos se le humedecían al pensar combinaciones de palabras… Las posibilidades eran infinitas, podría estar toda la vida haciéndolas bailar a su gusto… y el día en que muriera, aún le quedarían millones por haber escrito, pronunciado, haber sentido. Se le clavaban como espinas las que nunca podría oír… eran risas perdidas, angustias imperceptibles acumuladas en su interior esperando ser liberadas. Escribirlas la liberaba de miedos y dolores.

Sin embargo, aquella mañana, se levantó saciada de ellas y al mismo tiempo hambrienta. Por un momento, las quiso corpóreas, necesitó tocarlas. Aquel día, al salir de su sueño, despertó en su piel y quiso piel, se sintió carne, quiso ser un verso y cobrar vida… quiso roce, caricia, quiso traspasar el papel y notar el calor, vaciarse del pánico de negro sobre blanco y nacer al temor de buscar abrazos sin encontrarlos. Quería ser cuerpo con todas sus consecuencias.

Estaba tan agitada que siquiera supo encontrar la forma de decírselo a si misma, no articuló sonido, ni encontró vocablo posible que contara su historia. No supo cómo y no supo por qué no sabia cómo. Estaba muda.

Todo su mundo era expresable hasta hoy en unas lineas, estaba ya contado en un manojo de poemas intensos… y hoy, se le rebelaba como un niño travieso, se le burlaba en la cara como si le desmintiera el pasado, como si le negara el haber existido, como si le dijera que lo vivido era falso. Había sido de papel y de sueño. Un volcán dormido.

Una fuerza inconmensurable la asía del pecho hacia fuera, la arrastraba a un remolino gigante, el viento le quemaba el rostro y la mantenía sujeta a dos palmos del suelo… eso parecía. En realidad estaba sentada sobre su cama, estaba sola, se sentía sola. Ahora quería versos de piel y de beso. Y le producía un temor inmenso pensar que no podía saciar ese deseo, más incluso que perder las palabras, que dejar de sentirlas. Podría buscarlas para explicar ese dolor nuevo y casi sólido… y tal vez  haber escrito lo que sentía en un pedazo de papel, pero prefirió salir a la calle y buscar personas. Necesitaba calor.

No era papel, era cuerpo.